En una conferencia de prensa celebrada en París, el secretario general de Amnistía Internacional, Salil Shetty, se ha dirigido a los políticos que, como Donald Trump, Rodrigo Duterte y Victor Orban, mantienen una “agenda tóxica que persigue, convierte en chivos expiatorios y deshumaniza a grupos enteros de personas”, y ha manifestado que nunca ha sido tan evidente como ahora la necesidad de defender los derechos humanos en todas partes. 
Amnistía Internacional ha presentado hoy su informe anual sobre la situación de los derechos humanos en el mundo. Es la primera vez que esta presentación se realiza en París, y el motivo para hacerlo está estrechamente vinculado al mensaje del informe.
Salil Shetty, secretario general de Amnistía Internacional, en París Fotografía: Amnistía Internacional
Hay pocos países en el mundo que tengan los derechos humanos tan estrechamente arraigados en su psique como Francia. Los derechos humanos están profundamente integrados en los valores nacionales franceses desde hace cientos de años.
Sin embargo, ahora, Francia, cuna de los valores de libertad, igualdad y dignidad –los valores que sustentan los derechos humanos– se encuentra en un punto de inflexión.
Tal como dice la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789:
 
"la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos".
2016 fue un año terriblemente manchado por “la ignorancia, el olvido y el menosprecio” de los derechos humanos de mujeres, hombres, niñas y niños.
Fue el año en el que surgió con fuerza en todo el mundo la venenosa retórica política de “nosotros contra ellos”:
ya fuera la xenófoba y sexista retórica de la campaña electoral del presidente Trump, el ataque de los líderes europeos a los derechos de las personas refugiadas, la represión masiva ejercida por el presidente Erdogan tras el intento de golpe de Estado en Turquía, o la denominada guerra contra las drogas en Filipinas.
Los líderes han vendido descaradamente una retórica tóxica que culpa a grupos enteros de personas por agravios sociales o económicos. En la base de toda esta retórica yace la peligrosa idea de que algunas personas son menos humanas que otras.
Los agravios de la gente muchas veces tienen una base legítima, como puede ser proteger su empleo, mantener la seguridad o poner fin a la delincuencia. Pero las soluciones que los líderes ofrecen son simplemente peligrosas.
El Informe Anual de Amnistía Internacional documenta las consecuencias de esta venenosa política de demonización. Es una política que está creando un mundo más fragmentado, más desigual, más inseguro... para todos nosotros.
Ya estamos viendo las consecuencias.
Aquí, en Francia, el estado de excepción ha entrado ya de lleno en su segundo año, y amenaza con convertirse en algo normal. En nombre de la seguridad, se están usando como moneda de cambio libertades que ha costado mucho ganar.
La indiferencia internacional ante las atrocidades masivas cometidas desde Siria hasta Yemen, pasando por Sudán del Sur, se ha convertido también en la norma.
2016 fue el año en el que dejamos de escandalizarnos por el bombardeo deliberado de hospitales en zonas de conflicto. Los ataques con armas químicas contra civiles y la quema de 171 poblados en Darfur apenas despertaron interés. 7.000 personas murieron cuando la guerra contra las drogas en Filipinas se convirtió en una guerra contra la población pobre; 30.000 rohingyas tuvieron que huir de sus hogares en el estado de Rajine, en Myanmar, cuando se quemaron más de 1.200 casas.
Y, mientras los líderes europeos se esforzaban por mantener a las personas refugiadas lejos de sus costas, más de 5.000 personas se ahogaron en 2016 tratando de cruzar el Mediterráneo: más que ningún año anterior.
Y ahora esperamos que, en cualquier momento, el presidente Trump reanude sus esfuerzos por prohibir la entrada en Estados Unidos a las personas refugiadas de varios países. Personas que huyen de la guerra y la persecución en lugares como Siria. En el país que solía decir: “Dadme a vuestros cansados, a vuestros pobres, vuestras masas hacinadas que anhelan respirar en libertad”.
Esta es la política de demonización en funcionamiento. Esa prohibición no sólo es inhumana, es sencillamente estúpida.
Hemos llegado a un punto en el que ya no hay líneas rojas. No hay prácticamente ninguna acción que sea demasiado atroz o indefendible.
En esta nueva realidad, resulta fácil imaginar un futuro distópico en el que la brutalidad sin freno se convierta en la nueva normalidad.
El mundo se enfrenta a un grave déficit de liderazgo valiente y con principios. En lugar de defender los derechos humanos, los líderes han encabezado la política de demonización o han capitulado ante ella.
No tenemos que seguir esta senda. Pese a los paralelismos que muchos están trazando entre el momento actual y la Europa de la década de 1930, no debemos ser fatalistas.
El mensaje de este informe es que, si los líderes fallan, el pueblo debe intervenir.
Amnistía Internacional pide a los líderes que planten cara a la política de la demonización.
Por supuesto, esto no es tan fácil como suena. Desde Venezuela hasta Etiopía, pasando por Turquía o China, en 2016 los gobiernos han reprimido con dureza a quienes luchan por sus derechos.
Sin embargo, en el mundo entero, el espíritu de la justicia se mantiene firme, y no está dispuesto a ser suprimido.
En África han surgido movimientos populares para canalizar las demandas de justicia y derechos humanos de la población.
En las costas mediterráneas de Europa, la gente se alzó para ayudar a las personas refugiadas cuando los gobiernos eludieron tan estrepitosamente su deber.
Y en las protestas del año pasado en Baton Rouge, Iesha Evans se mantuvo firme, con serenidad, mientras los policías antidisturbios corrían hacia ella: un cautivador recordatorio de que el espíritu de aquel hombre que, tan valerosamente, se plantó ante los tanques en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989 sigue vivo y sano.
Hoy, necesitamos más que nunca aquel espíritu.