Hassiba Hadj Sahraoui, directora adjunta del Programa para Oriente Medio y el Norte de África de Amnistía Internacional @HassibaHS.Durante 600 días, Mahmoud Abou Zeid, conocido como Shawkan, reportero gráfico egipcio de 27 años, ha permanecido encerrado en una pequeña celda de la tristemente famosa cárcel de Tora. Su delito: tomar fotografías de la violenta dispersión de la sentada de Rabaa al Adaweya en agosto de 2013. Es uno de las decenas de periodistas egipcios detenidos desde que el ex presidente Mohamed Morsi fue derrocado el 3 de julio de 2013. A seis de ellos los han matado desde entonces.

Mahmoud Abou Zeid

He aquí una escalofriante carta enviada por Mahmoud Abou Zeid desde su celda:"Mi vida cambió para siempre la mañana del miércoles 14 de agosto de 2013. Estaba fotografiando a las personas que protestaban en las calles de El Cairo cuando la policía llegó y cortó las calles. Miles de personas fueron detenidas de inmediato, no sólo simpatizantes de Morsi, sino también decenas de personas que se encontraron atrapadas en el lugar menos indicado en el momento menos adecuado.Fue como una película. Era como estar en medio de una guerra. Había balas, gas lacrimógeno, fuego, policía y tanques por todas partes. Vi a hombres armados tomar la plaza. Tras identificarme ante la policía como reportero gráfico, fui detenido junto con mi colega francés freelance Louis Jammes y el periodista estadounidense Mike Giglio.Los mokhbers (agentes de bajo rango que no llevan uniforme) nos ataron las manos a la espalda con las ligaduras de plástico que se usan en las guerras. Dos hombres me golpearon, con los puños e incluso con mi propio cinturón. Me robaron la cámara, el teléfono móvil, el reloj y todos mis objetos personales. Luego nos metieron junto con varios manifestantes en un automóvil y nos llevaron al Estadio de El Cairo."Creí que iba a morir"Entonces, nuestro grupo se separó. Jammes y Giglio fueron puestos en libertad tan sólo dos horas después. Los demás permanecimos en el Estadio de El Cairo durante el resto del día y más tarde fuimos trasladados a una comisaría.Seguía teniendo las manos atadas a la espalda; las muñecas me sangraban de lo fuerte que era la ligadura de plástico. Aún puedo ver las cicatrices.En la comisaría, siguieron tratándome como a un delincuente.Me encerraron en una celda muy pequeña con otros 39 detenidos. Hacía muchísimo calor, con los 40 allí dentro. No tenía espacio para sentarme, y era imposible respirar. No había ventilación. Durante los tres días que estuve allí, no me dieron comida ni bebida.Los policías hablaban entre ellos sobre cómo golpearnos y torturarnos para causarnos más dolor y hacernos más daño. Tenía mucho miedo, creí que iba a morir. A cada hora, venían y seguían golpeándome con todo tipo de objetos. Posiblemente fueron los peores días de mi vida. Me duele incluso recordarlos.Me golpearon cinco agentes al mismo tiempo, con un cinturón y con los puños, y me dieron patadas con sus botas. Caí al suelo, pero no se detenían. Traté de cerrar los ojos, pero me golpearon en ellos con la hebilla metálica del cinturón. Dejé de poder percibir la luz, y me quedé casi ciego. Todo estaba oscuro.No recibí ningún tratamiento médico para mis lesiones; lo único que recibí fueron golpes.Traslado a la prisión de Abu Zabal: "No podíamos respirar"Después de tres largos días en la comisaría, los policías nos metieron a todos en un pequeño furgón azul oscuro. Nos esposaron por parejas y nos amontonaron en la parte trasera del furgón. El vehículo ya estaba lleno para cuando me llegó el turno de entrar en él.Las cosas empeoraron cuando llegamos en la explanada de delante de la prisión. La policía cerró con llave la puerta del furgón y nos dejó allí durante siete horas, bajo el calor abrasador del sol egipcio, sin agua, comida ni ventilación.Dentro del furgón, en el pleno calor del mediodía, los presos llegaron al límite. Muchos deliraban, y algunos se daban mutuamente mensajes para sus familias en caso de que murieran. Había unos 15 furgones esperando en la explanada, y tardaron mucho en descargar cada uno. Nosotros íbamos en el tercero. No podíamos respirar, por el calor y la poca ventilación. Todos aguardábamos la muerte. Por el trato que estaba recibiendo, me sentía como si estuviera secuestrado, no detenido.En el furgón de detrás nuestro murieron 37 detenidos. Los oí gritar cuando la policía arrojó gas lacrimógeno al interior del vehículo, y vi la mirada en los rostros de los que me rodeaban en nuestro furgón. Muchos nos sentíamos perdidos, impotentes para ayudar. Estábamos tumbados, incapaces de respirar. Sentía que me estaba muriendo mientras oía a los que estaban a mi alrededor rezando y jadeando en busca de aire.Tras siete horas de tortura, la policía abrió la puerta de hierro de entrada a la prisión. Me trasladaron a la cárcel de Tora cuatro meses después, y aquí permanezco recluido en espera de juicio desde hace 600 días por tomar unas fotografías."Nuestra dignidad se quedó en las puertas de la prisión"La cárcel de Tora es como un cementerio. Duermo sobre un frío suelo de baldosas, y mis pertenencias cuelgan de un clavo en la pared, sobre mi delgado colchón. Hay una "cocina" diminuta donde preparamos nuestra comida. Tenemos una cocina eléctrica de un solo elemento, que también utilizamos para calentarnos en los meses de invierno. La "cocina" está al lado de una letrina, que consiste básicamente en un agujero en el suelo de cemento. Los dos espacios están separados por una manta que cuelga para tratar de dar una cierta sensación de intimidad. Nuestra dignidad se quedó en las puertas de la prisión.Comparto con 12 presos políticos una celda que mide tres metros por cuatro. Pasamos días o semanas sin tener acceso al sol o al aire libre.Desde mi detención, mi reclusión se ha ido renovando hasta durar ya 600 días. No me han acusado de ningún delito. Me han encarcelado sin llevar a cabo investigación alguna sobre los cargos falsos a los que me enfrento.Soy un reportero gráfico, no un delincuente. Mi detención indefinida es psicológicamente insoportable. Ni siquiera los animales sobrevivirían en estas condiciones."Amnistía Internacional hace campaña por la liberación inmediata e incondicional de Mahmoud Abou Zeid, ya que es un preso de conciencia detenido exclusivamente por su trabajo de periodista.